lunes, 26 de enero de 2015

La patrona de los zulianos

El 18 de noviembre de 1709 una tablita arribó a las orillas del Lago de Maracaibo. La imagen serena de la Madre del Salvador, en la advocación de la Virgen María del Rosario de Chiquinquirá, llegó para quedarse entre los zulianos, quienes con amor la veneran, pidiendo con gran devoción a una Reina que se llama simplemente “Chinita”.


La historia de la Tablita:

Cuenta la memoria popular, que vivía una anciana en el barrio El Saladillo de Maracaibo, allí, muy cerquita del abasto La Boliviana y la Panadería Venezuela, en los alrededores de la Basílica o Iglesia de San Juan de Dios. La anciana solitaria, vivía de lavar ropa ajena, trabajo que hacía todas las mañanas en las orillas del Lago.

Esa mañana, la viejita, como siempre, tomó su bulto de ropa, y caminó calle abajo hasta llegar al malecón donde buscó el lugar apropiado de la playa para iniciar su faena. La mañana estaba tranquila y el cielo totalmente despejado. Apenas unas nubes blancas se desplazaban lentamente con la brisa, mientras unas pequeñas embarcaciones y piraguas, se bamboleaban ancladas en el Puerto de Maracaibo.

La anciana estaba ensimismada en su tarea, pensaba, a lo mejor, en viejos recuerdos de juventud, en su soledad, en sus problemas. Hay quienes dicen que todos en la calle la conocían como una mujer bondadosa y de gran corazón humanitario. A pesar de su pobreza, era dadivosa en su escasez, desprendida en compartir la pobreza.

Ella lavaba y pensaba, tal vez, oraba. Pedía y rogaba a la Virgen por sus vecinos, por la gente cercana, sus compañeros de infortunio, de fe y de esperanza. En eso estaba, cuando sin darse cuenta, desde lejos y en medio del vaivén de las aguas tranquilas del Lago, venía flotando en dirección a ella, una tablita, que lentamente, llegó a la orilla, justo donde sus manos se sumergían en el agua para lavar la ropa.

Entonces la vio y en su inocencia no supo de qué se trataba. Para ella, sólo se era una tablita, pequeña, desgastada por el tiempo, quizás por el viaje en las aguas, pero donde era posible ver la imagen de una Virgen desconocida, grabada con perfección y sencillez.

Pensó entonces en la utilidad que podía dar a la tablita. Ella no podía sospechar el cambio que en su vida iba a producir esa rústica y pequeña pieza de madera. Por su mente sólo pasó su tinaja de agua destapada, y que desde hacía tiempo requería de algo que pudiera cubrirla de la intemperie y las pequeñas alimañas.

Por eso la recogió. Al finalizar la labor del día, la anciana tomó el camino de regreso, cargando junto al bulto de ropa ya lavada, la aún húmeda tablita con la cual iba a resolver el problema de cubrir del polvo y la impureza, la tinaja donde reposaba el agua fresca con la que calmaba su sed.

En el camino, en su andar silencioso, a lo mejor, volvió a sus viejos recuerdos de juventud, en su soledad o en sus problemas. Lentamente fue llegando a su lugar. Antes de entrar a su casa, saludó a sus vecinos, que ya se preparaban para el almuerzo. Alguna vecina pidió algún condimento prestado para aderezar la comida, lo que le recordó a ella, no sólo que no había preparado su propio alimento, sino, que era muy poco casi nada, lo que comería ese día.

Aun así, entró a su pequeña y humilde casa, buscó el condimento solicitado por la vecina que esperaba, se lo entregó y la despidió con una eterna bendición. Luego de volver a ocuparse del bulto de ropa lavada, y de acomodarla para su entrega a los respectivos dueños, buscó entonces su viejo taburete para sentarse a descansar. Entonces recordó de pronto la pequeña tablita, y por supuesto, su tinaja de agua fresca que necesitaba cubrir y proteger.

La viejita fue hasta la mesa donde la había colocado y la tomó de nuevo entre sus manos. La alzó para observarla mejor y vio de nuevo la imagen de la Virgen dibujada en ella. Seguro le pareció hermosa y no atinaba a concebir cómo alguien podía haberse desprendido de tan hermosa tablita. Pero dio gracias de todas formas a esa desconocida e imaginaria persona, pues, con esa tablita ella podría proteger el agua fresca en su tinaja. Entonces la colocó encima de la boca del jarro y fue nuevamente al patio a descansar en su viejo taburete.

La tarde cayó casi sin darse cuenta. Era que se había dormido, soñando tal vez con sus recuerdos de juventud, con su soledad y sus problemas. Al despertar la bruma de la noche se le vino encima casi violentamente. Entonces decidió salir a buscar algunas velas para alumbrarse. De seguro el pulpero podría entregárselas y anotárselas para pagarlas luego, pues, aún no había cobrado por la ropa que había lavado.

Así fue. El pulpero le entregó un par de velas y ella, cansada, lentamente, volvió a su casa, que pensaba, debía estar a esa hora, totalmente a oscuras y eso la preocupaba. De pronto, vio que la calle se había llenado de gente de manera repentina. Todos, hombres, mujeres y niños se habían aglomerado en la vía. Pero al aproximarse más, se dio cuenta que todos estaban frente a su casa, que de manera extraordinaria se encontraba totalmente iluminada.


Al verla, la gente le abrió paso, y ella, asombrada y emocionada vio como aquella tablita con la que había cubierto su tinaja para proteger el agua fresca, colgaba en el aire, iluminando con una luz divina toda la habitación, mientras la Virgen dibujada en ella, parecía sonreírle apaciguando su tristeza y la de todos los que vivieron junto a ella el milagro.

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