El 18 de noviembre de 1709 una tablita arribó a las
orillas del Lago de Maracaibo. La imagen serena de la Madre del Salvador, en la
advocación de la Virgen María del Rosario de Chiquinquirá, llegó para quedarse
entre los zulianos, quienes con amor la veneran, pidiendo con gran devoción a
una Reina que se llama simplemente “Chinita”.
La historia de la Tablita:
Cuenta la memoria popular, que vivía una anciana en
el barrio El Saladillo de Maracaibo, allí, muy cerquita del abasto La Boliviana
y la Panadería Venezuela, en los alrededores de la Basílica o Iglesia de San
Juan de Dios. La anciana solitaria, vivía de lavar ropa ajena, trabajo que
hacía todas las mañanas en las orillas del Lago.
Esa mañana, la viejita, como siempre, tomó su bulto
de ropa, y caminó calle abajo hasta llegar al malecón donde buscó el lugar
apropiado de la playa para iniciar su faena. La mañana estaba tranquila y el
cielo totalmente despejado. Apenas unas nubes blancas se desplazaban lentamente
con la brisa, mientras unas pequeñas embarcaciones y piraguas, se bamboleaban
ancladas en el Puerto de Maracaibo.
La anciana estaba ensimismada en su tarea, pensaba,
a lo mejor, en viejos recuerdos de juventud, en su soledad, en sus problemas.
Hay quienes dicen que todos en la calle la conocían como una mujer bondadosa y
de gran corazón humanitario. A pesar de su pobreza, era dadivosa en su escasez,
desprendida en compartir la pobreza.
Ella lavaba y pensaba, tal vez, oraba. Pedía y
rogaba a la Virgen por sus vecinos, por la gente cercana, sus compañeros de
infortunio, de fe y de esperanza. En eso estaba, cuando sin darse cuenta, desde
lejos y en medio del vaivén de las aguas tranquilas del Lago, venía flotando en
dirección a ella, una tablita, que lentamente, llegó a la orilla, justo donde
sus manos se sumergían en el agua para lavar la ropa.
Entonces la vio y en su inocencia no supo de qué se
trataba. Para ella, sólo se era una tablita, pequeña, desgastada por el tiempo,
quizás por el viaje en las aguas, pero donde era posible ver la imagen de una
Virgen desconocida, grabada con perfección y sencillez.
Pensó entonces en la utilidad que podía dar a la
tablita. Ella no podía sospechar el cambio que en su vida iba a producir esa
rústica y pequeña pieza de madera. Por su mente sólo pasó su tinaja de agua
destapada, y que desde hacía tiempo requería de algo que pudiera cubrirla de la
intemperie y las pequeñas alimañas.
Por eso la recogió. Al finalizar la labor del día,
la anciana tomó el camino de regreso, cargando junto al bulto de ropa ya
lavada, la aún húmeda tablita con la cual iba a resolver el problema de cubrir
del polvo y la impureza, la tinaja donde reposaba el agua fresca con la que
calmaba su sed.
En el camino, en su andar silencioso, a lo mejor,
volvió a sus viejos recuerdos de juventud, en su soledad o en sus problemas.
Lentamente fue llegando a su lugar. Antes de entrar a su casa, saludó a sus
vecinos, que ya se preparaban para el almuerzo. Alguna vecina pidió algún
condimento prestado para aderezar la comida, lo que le recordó a ella, no sólo
que no había preparado su propio alimento, sino, que era muy poco casi nada, lo
que comería ese día.
Aun así, entró a su pequeña y humilde casa, buscó
el condimento solicitado por la vecina que esperaba, se lo entregó y la
despidió con una eterna bendición. Luego de volver a ocuparse del bulto de ropa
lavada, y de acomodarla para su entrega a los respectivos dueños, buscó
entonces su viejo taburete para sentarse a descansar. Entonces recordó de
pronto la pequeña tablita, y por supuesto, su tinaja de agua fresca que
necesitaba cubrir y proteger.
La viejita fue hasta la mesa donde la había
colocado y la tomó de nuevo entre sus manos. La alzó para observarla mejor y
vio de nuevo la imagen de la Virgen dibujada en ella. Seguro le pareció hermosa
y no atinaba a concebir cómo alguien podía haberse desprendido de tan hermosa
tablita. Pero dio gracias de todas formas a esa desconocida e imaginaria
persona, pues, con esa tablita ella podría proteger el agua fresca en su
tinaja. Entonces la colocó encima de la boca del jarro y fue nuevamente al
patio a descansar en su viejo taburete.
La tarde cayó casi sin darse cuenta. Era que se
había dormido, soñando tal vez con sus recuerdos de juventud, con su soledad y
sus problemas. Al despertar la bruma de la noche se le vino encima casi
violentamente. Entonces decidió salir a buscar algunas velas para alumbrarse. De
seguro el pulpero podría entregárselas y anotárselas para pagarlas luego, pues,
aún no había cobrado por la ropa que había lavado.
Así fue. El pulpero le entregó un par de velas y
ella, cansada, lentamente, volvió a su casa, que pensaba, debía estar a esa
hora, totalmente a oscuras y eso la preocupaba. De pronto, vio que la calle se
había llenado de gente de manera repentina. Todos, hombres, mujeres y niños se
habían aglomerado en la vía. Pero al aproximarse más, se dio cuenta que todos
estaban frente a su casa, que de manera extraordinaria se encontraba totalmente
iluminada.
Al verla, la gente le abrió paso, y ella, asombrada
y emocionada vio como aquella tablita con la que había cubierto su tinaja para
proteger el agua fresca, colgaba en el aire, iluminando con una luz divina toda
la habitación, mientras la Virgen dibujada en ella, parecía sonreírle
apaciguando su tristeza y la de todos los que vivieron junto a ella el milagro.
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